Esta disciplina procura presentar al lector
una idea comprensible de lo que sin duda es la obra literaria más compleja del
Universo. La exposición detallada de los postulados de la traducción contextual
son extensos. No obstante, resumimos ahora el concepto diciendo que:
Por traducción contextual se define inicialmente una disciplina que (a) enmarcada en las
reglas que controlan la
gramática general del lenguaje, pero (b) sin perjuicio de la coordinación y subordinación gramatical registradas en el Texto Sagrado, (c) transmita toda la intención, fuerza y lucidez del original, (d) defienda su brevedad y simplicidad, (e) preserve su pureza y (f) respete sus asimetrías, asperezas gramaticales y redundancias, (g) valore la riqueza del estilo literario lograda a través del tiempo, y
los beneficios que de allí se derivan al retardar los cambios que corrompen el
lenguaje; y finalmente (h) refleje de manera consistente las conclusiones que por la sana exégesis
y el trazo contextual (cercano o remoto), surgen de la analogía y armonía
espiritual latentes en toda la Escritura.
La
valoración literal de la Biblia fue un fundamento firme en la iglesia primitiva. Evidentemente, la extraordinaria influencia del Señor Jesús
sobre sus apóstoles en torno a la forma de interpretar la
Biblia, tuvo las más trascendentales consecuencias. Ireneo nos da el
sentimiento general cuando afirma que lo que el entendimiento puede usar
diariamente, lo que se puede saber fácilmente, es aquello que se halla delante
de nuestros ojos, sin ambigüedad en la Santa Escritura, literal y claramente.
En los tiempos del Señor Jesús existían dos escuelas de
interpretación, y ambas, decimos con pesar, manipulaban la Escritura, unos para invalidarla a favor de sus
tradiciones, y otros siguiendo el arte disoluto y engañoso que cambia el
significado de las palabras, como pretenden hacer los alquimistas con las
transmutaciones de la materia, haciendo de cualquier cosa lo que les place, y
al final, reduciendo a la nada toda verdad. En oposición a estas escuelas, y
con la perfección que lo caracteriza, Jesús enseñó a interpretar el texto en su
contexto, observando las exigencias de la gramática, en armonía con el plan
divino de las edades. Y así en esto, como en todos los otros aspectos de su
maravillosa vida, Él nos dejó el ejemplo para que siguiéramos sus pisadas y
entendamos que ninguna profecía de la Escritura produce una
explicación propia (2P. 1.20), y exclamemos: ¡La suma
de tu Palabra es verdad! (Sal.
119.160). Es por ello que durante el proceso de traducción, el editor ha
sostenido como regla infalible que donde una construcción literal se sostiene,
lo más remoto de la letra generalmente es lo peor. Si Dios tiene verdaderamente
el propósito de hacer conocer su voluntad, Él adapta su mensaje a nuestra manera
de comunicar pensamientos e ideas. Si Dios dio sus palabras para ser
entendidas, es natural que Él transmita la Escritura con el sentido designado
conforme a las reglas gramaticales que controlan el lenguaje (que Él mismo
inventó) y que, en vez de buscar un sentido que las palabras mismas no
contienen, se debe obtener principalmente el sentido que las palabras
obviamente abarcan, dejando campo necesario para el lenguaje figurado cuando
así lo indica el contexto, según el fin o la construcción del pasaje. Por literaldamos a entender la interpretación gramatical de la Escritura.
Honrando la maravillosa perspicuidad de la Escritura, incluimos
un breve comentario sobre Mt. 1.6 en donde muchos M↓que sigue el TR, añaden que había
sido esposa. Es verdad que cuando Betsabé se
casó con David, Urías ya había muerto, y solo así ella había
sido la esposa de Urías. Pero el
Texto Sagrado nada dice acerca de esta historia. Todo lo que dice es que ella
era la de Urías. Y sea esposa o
concubina, por lo menos aquí es dejado indefinido. De esta manera, la pedante
inserción del escriba, aparte de añadir a la Escritura, en este caso
particular, hace que la elocuencia del momento
de silencio del pasaje se pierda totalmente. Porque
hay una razón para dejar el nombre de
Betsabé entre bastidores, bien sea como esposa o concubina; y esto es con el
propósito de enfatizar hasta el extremo el pecado de David contra Urías.
Los acontecimientos envueltos en la descendencia de Tamar -casi
se puede oír al Espíritu decir aquí- fueron suficientemente malignos, aunque su
pecado se justifica por perpetuar la estirpe. Peor Rahab, siendo prostituta de
profesión, seguida por la moabita, con su terrible pasado incestuoso, las tres
se acercan, no a Betsabé, sino a David, porque toda la oscuridad de su pecado
solo puede exhibirse concentrando el drama de adulterio, mentira, traición y
asesinato, gritándolo en el solo nombre de ¡URIAS! (Esta breve descripción de
nuestro “honroso pedigrí” como raza humana, muestra la contradicción (He. 12.3) bajo la cual el Santo de los santos decidió descender
de su gloria para beneficio del pecador. Tal es la intención del evangelista).
Pero con la pedante inserción: la que había sido esposa, se distrae la atención del aquí sólo-importante Urías, opacando una de las parábolas más maravillosas de la
Escritura, que habla mediante su silencio.
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