sábado, 18 de mayo de 2019

El Carácter de Dios - Amor

EL AMOR DE DIOS
TEMA



En las Sagradas Escrituras se nos dicen tres cosas acerca de la naturaleza de Dios.

Primero, que “Dios es Espíritu” (Juan 4:24). En el griego no hay artículo indeterminado, por lo que decir “Dios es un espíritu» sería en extremo censurable, puesto que lo igualaría a otros seres. Dios es “Espíritu” en el sentido más elevado. Por ser “Espíritu” no tiene sustancia visible, es incorpóreo. Si Dios tuviera un cuerpo tangible, no sería omnipresente, y estaría limitado a un lugar; al ser “Espíritu” llena los cielos y la tierra.

Segundo, que “Dios es luz” (1Juan 1:5) lo cual es lo opuesto a las tinieblas. Las tinieblas, en las Escrituras, representan el pecado, el mal, la muerte; la luz representa la santidad, la bondad, la vida. Que “Dios es luz” significa que es la suma de todas las excelencias.

Tercero, que “Dios es amor” (1Juan 4:5). No es simplemente que Dios “ama”, sino que es el Amor mismo. El amor no es simplemente uno de sus atributos, es su misma naturaleza. Muchos hoy en día hablan del amor de Dios, pero son ajenos por completo al Dios de amor.

El amor divino es considerado comúnmente como una especie de debilidad afectuosa, una cierta indulgencia cariñosa; es reducido a un simple sentimiento enfermizo, copiado de las emociones humanas. Sin embargo, la verdad es que, en esto, como en todo lo demás, nuestras ideas han de ser reguladas de acuerdo con lo que las Sagradas Escrituras nos revelan. Esta es una urgente necesidad que se hace evidente, no sólo por la ignorancia general que prevalece, sino también por el estado tan bajo de espiritualidad que, triste es decirlo, es característica general de muchos de los que profesan ser cristianos.

¡Qué poco amor genuino hay hacia Dios! Una de las razones principales es que nuestros corazones se ocupan muy poco de su maravilloso amor hacia los suyos.

Cuanto mejor conozcamos su amor -su carácter, plenitud, bienaventuranza más fuerte será el impulso de nuestros corazones en amor hacia él.

1.    EL AMOR DE DIOS ES INHERENTE.

Queremos decir que no hay nada en los objetos de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por otra es producido por algo que hay en ésta; pero el amor de Dios es gratuito, espontáneo, inmotivado. La única razón de que Dios ame a alguien reside en su voluntad soberana. “No por ser vosotros más que todos los pueblos, os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos de todos los pueblos; sino porque Jehová os amó” (Deut. 7:7,8). Dios ha amado a los suyos desde la eternidad, y, por lo tanto, nada que sea de la criatura puede ser la causa de lo que se halla en Dios desde la eternidad. El ama por sí mismo “según el intento suyo” (2Tim. 1:9).

“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1Juan 4:19). Dios no nos amó porque nosotros le amábamos, sino que nos amó antes de que tuviésemos una sola partícula de amor hacia él. Si Dios nos hubiera amado correspondiendo a nuestro amor, no hubiera sido espontáneo; pero, porque nos amó cuando no había amor en nosotros, es evidente que nada influyó en su amor. Si Dios ha de ser adorado, y el corazón de sus hijos probado, es importante que tengamos ideas claras acerca de esta verdad preciosa.

El amor de Dios hacia cada uno de “los suyos» no fue movido en absoluto por nada que hubiera en ellos. ¿Qué había en mí que atrajera al corazón de Dios? Nada absolutamente. Al contrario, todo lo que le repele, todo lo que le haría aborrecerme -pecado, depravación, corrupción estaba en mi corazón; en mí no había ninguna cosa buena.

2.    ES ETERNO

Necesariamente ha de ser así. Dios mismo es eterno, y Dios es amor; por tanto, como él no tuvo principio, tampoco su amor lo tiene. Es cierto que este concepto trasciende el alcance de nuestra mente finita; sin embargo, cuando no podemos comprender, podemos adorar. ¡Qué claro es el testimonio de Jeremías 31:3 “Con amor eterno te he amado; por tanto, ¡te soporté con misericordia!” ¡Qué bendito conocimiento el saber que el Dios grande y santo amó a sus hijos antes de que el cielo y la tierra fuesen creados, y que había puesto su corazón en ellos desde la eternidad!

Esto es prueba clara de que su amor es espontáneo, porque él les amó innumerables siglos antes de que tuviesen el ser. La misma maravillosa verdad queda expuesta en Efesios 1:4,5: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado”. ¡Qué de alabanzas debería producir el corazón al pensar que si el amor de Dios no tuvo principio tampoco puede tener fin! Si es verdad que “desde el siglo hasta el siglo” Él es Dios y es “amor” entonces es igualmente verdad que ama a su pueblo “desde el siglo y hasta el siglo”.

3.    ES SOBERANO

Esto, también, es evidente en sí mismo. Dios es soberano, no está obligado para con nadie; Dios es su propia ley, actúa siempre de acuerdo con su propia voluntad real. Así, pues, si Dios es soberano, y es amor, se desprende necesariamente que su amor es soberano. Porque Dios es Dios, actúa como le agrada; porque es amor, ama a quien quiere. Tal es su propia explícita afirmación: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rom. 9:13). No había más objeto de amor en Jacob que en Esaú. Ambos habían tenido los mismos padres, habían nacido al mismo tiempo, puesto que eran gemelos; con todo, ¡Dios amó al uno y aborreció al otro! ¿Por qué? Porque le agradó hacerlo así

La soberanía del amor de Dios se desprende necesariamente del hecho de que no es influido por nada que haya en la criatura. De ahí que el afirmar que la causa de su amor reside en El mismo es sólo otra manera de decir que ama a quien quiere. Supongamos, por un momento, lo contrario. Supongamos que el amor de Dios fuera regulado por algo externo a su voluntad. En tal caso su amor se regiría por unas reglas, y, siendo así, El estaría bajo una regla de amor, de manera que, lejos de ser libre, sería gobernado por una ley. “En amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según” -¿qué? ¿Algún mérito que vio en nosotros? No; sino, “según el puro afecto de su voluntad” (Efe. 1:4,5).

4.    ES INFINITO

Todo lo referente a Dios es infinito. Su sustancia llena los cielos y la tierra. Su sabiduría es ilimitada, porque él conoce todo el pasado, el presente y el futuro. Su poder es inmenso, porque no hay nada difícil para él. Asimismo, su amor no tiene límite. Tiene una profundidad que nadie puede sondear; una altura que nadie puede escalar; una longitud y una anchura que están más allá de toda medida humana.

Esto se nos indica en Efe. 2:4: “Sin embargo, Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó”; la palabra “mucho” aquí es sinónima de “de tal manera amó Dios” en Juan 3:16. Nos habla de un amor tan sobresaliente que no puede ser calculado. “Ninguna lengua puede expresar fielmente la infinitud del amor de Dios, ni ninguna mente comprenderla: “excede a todo conocimiento” (Efe. 3:19). Las más vastas ideas que la mente finita puede formarse del amor divino están muy por debajo de su verdadera naturaleza.

5.    ES INMUTABLE

Del mismo modo que en Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17), tampoco su amor conoce cambio o disminución. El indigno Jacob ofrece un ejemplo poderoso de esta verdad: “A Jacob amé”, declaró Jehová, y, a pesar de toda su incredulidad y desobediencia, El nunca dejó de amarle. En Juan 13:1 se nos da otra hermosa ilustración.
Aquella misma noche, uno de los apóstoles diría: “Muéstranos al Padre”; otro le negaría con juramentos, todos iban a ser escandalizados y le abandonarían. Así y todo, “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. El amor divino no está sujeto a vicisitudes de ninguna clase. El amor divino “fuerte es como la muerte... las muchas aguas no podrán apagarlo” (Cant. 5:6,7). Nada puede apartarnos del mismo (Rom. 8:35-39).

6.    ES SANTO

El amor de Dios no lo regula el capricho, ni la pasión, ni el sentimiento, sino un principio. Del mismo modo que su gracia no reina a expensas de la misma, sino “por la justicia” (Rom. 5:21), así su amor nunca choca con su santidad. “Dios es luz” (1Juan 1:3) se encuentra antes que “Dios es amor” (1Juan 4:5). El amor de Dios no es una simple debilidad afectuosa, ni una especie de muelle ternura. La Escritura declara que “el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo” (Heb. 12:6). Dios no cerrará los ojos al pecado, ni siquiera al de sus hijos. Su amor es puro, sin mezcla de sentimentalismo sensiblero.

7.    ES BENIGNO

El amor y el favor de Dios son inseparables. Esto se pone de relieve en Romanos 8:32-39. Por la idea y alcance del contexto se percibe claramente que es este amor, el cual no puede haber separación: es la buena voluntad y la gracia de Dios que le determinaron a dar a su Hijo por los pecadores. Ese amor fue el poder impulsor de la encarnación de Cristo: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16),

Cristo no murió para hacer que Dios nos amara, sino porque amaba a su pueblo. El Calvario es la demostración suprema del amor divino. Siempre, que seamos tentados a dudar del amor de Dios, recordemos el Calvario. He aquí, abundante motivo para confiar en Dios, y para soportar con paciencia la aflicción que envía, Cristo era el amado del Padre, y aun así no estuvo exento de pobreza, afrenta y persecución. Sufrió hambre y sed.

De ahí que, al permitir que los hombres le escupieran y le hirieran, el amor de Dios hacia Cristo no sufrió menoscabo. Así pues, que ningún cristiano dude del amor de Dios al ser sometido a pruebas y aflicciones dolorosas. Dios no enriqueció a Cristo con prosperidad temporal en este mundo, ya que “no tenía donde recostar su cabeza”. Pero sí le dio el Espíritu sin medida. Siendo así, aprendamos que las bendiciones espirituales son los dones principales del amor divino. ¡Qué bendición es el saber que, aunque el mundo nos odie, Dios nos ama!

Publicado 28th November 2014 por Unknown







El Carácter de Dios - Poder

EL PODER DE DIOS
TEMA



“Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es la fortaleza” (Sal. 62:11) El poder de Dios es la facultad y la virtud por la cual puede hacer que se cumpla todo aquello que agrada, todo lo que le dicta su sabiduría infinita, todo lo que la pureza infinita de su voluntad determina. A menos que creamos que es, no sólo omnisciente, sino también omnipotente, no podemos tener un concepto correcto de Dios.

El que no puede hacer todo lo que quiere y no puede llevar a cabo todo lo que se propone, no puede ser Dios. Él tiene, no solo la voluntad para resolver aquello que le parece bueno, sino también el poder para llevarlo a cabo, Así como la santidad es la hermosura de todos los atributos de Dios, su poder es el que da vida y acción a todas las perfecciones de la naturaleza Divina. ¡Qué vanos serían los consejos eternos si el poder no interviniera para cumplirlos! Sin el poder, su misericordia no sería sino una debilidad humana, sus promesas un sonido vacío, sus amenazas alarmas infundadas.

El poder de Dios es como él mismo: infinito, eterno, inconmensurable; no puede ser contenido, limitado ni frustrado por la criatura. “Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es la fortaleza” (Salmo 62:11). “Una vez habló Dios”, ¡no es necesario más! El cielo y la tierra pasarán, más su Palabra permanece para siempre. “Una vez habló Dios”, ¡Cuán digna es su majestad divina!

Nosotros, pobres mortales, podemos hablar y, a menudo, no ser oídos; pero cuando él habla, el trueno de su poder se oye en mil colinas. “Y tronó en los cielos Jehová y el Altísimo dio su voz: granizo y carbones de fuego. Y envió sus saetas, y los desbarató; y echó relámpagos, y los destruyó. Y aparecieron las honduras de las aguas, y se descubrieron los cimientos del mundo, a tu reprensión, oh Jehová, por el soplo del viento de tu nariz” (Salmo 18:13-15).

“Una vez habló Dios”. He aquí su autoridad inmutable. “Porque ¿quién en los cielos se igualará con Jehová? ¿Quién será semejante a Jehová entre los hijos de los potentados? (Sal. 89:6). “Y todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad; ni hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).

Esto se puso claramente de manifiesto cuando Dios se encarnó y habitó en el tabernáculo humano. Él dijo al leproso: “Quiero; se limpio. Y luego su lepra fue limpiada” (Mat. 8:3). A uno que había estado cuatro días en la tumba le llamó, diciendo: “Lázaro, ven fuera”, y el muerto salió. El viento tormentoso y las olas feroces fueron calmados con una simple palabra de su boca; y una legión de demonios no pudo resistirse a su mandato autoritario. “De Dios es la fortaleza”, y de Dios solo.

Ni una sola criatura en todo el universo tiene un átomo de poder, si Dios no se lo ha dado. Su poder no puede adquirirse, ni está en las manos de ninguna otra autoridad. Pertenece inherentemente a Dios. “El poder de Dios, como El mismo, existe y se sostiene por sí mismo. El más poderoso de todos los hombres no podría añadir ni aumentar ni una pequeñez el poder del Omnipotente.

El mismo es la causa central y el originador de todo poder. La creación entera confirma el gran poder de Dios y su completa independencia de todas las cosas creadas. Oigan su reto: “¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra?” Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular?” (Job 38:4-6) ¡Cuán cierto es que el orgullo del hombre está asentado sobre el polvo!

El poder es también usado como un nombre de Dios, “el Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia” (Marcos 14:62), es decir a la diestra de Dios. Dios y su poder son tan inseparables que son también recíprocos. Su esencia es inmensa, no puede ser limitada en el espacio; es eterna, no puede medirse en términos del tiempo; omnipotente no puede ser limitada con relación a la acción.

“He aquí estas son partes de sus caminos: ¡más cuán poco hemos oído de él! Porque el estruendo de sus fortalezas, ¿quién lo detendrá?” (Job. 26:14). ¿Quién es capaz de contar todos los monumentos de su poder? Incluso lo que, en la creación visible, se muestra de su poder, está más allá de nuestra capacidad de comprensión; aún menos podemos concebir la omnipotencia misma. En la naturaleza de Dios hay infinitamente más poder del que todas sus obras revelan. “Partes de sus caminos” es lo que vemos en la creación, la providencia y la redención, pero sólo una pequeña parte de su poder se nos revela en ellas.

Esto es lo que, con evidente claridad, nos dice Hab. 3:4: “Allí estaba escondida su fortaleza”. Es imposible hallar capítulo más grande y elocuente que éste, en el que hallamos tal riqueza de imágenes; sin embargo, nada supera su grandeza a esta declaración. El profeta vio en visión cómo, en una asombrosa demostración de poder, Dios desmenuzaba los montes. No obstante, el versículo mencionado dice que esto, lejos de ser una manifestación de poder, era una ocultación del mismo. ¿Qué significa esto? Sencillamente que el poder de la Divinidad es inconcebible, inmenso e incontrolable. Y que las terribles convulsiones que él actúa en la naturaleza son sólo una pequeña muestra de su poder infinito.

Es muy hermoso poder unir los pasajes siguientes: “él... anda sobre las alturas de la mar” (Job 9:8), que expresa el poder irrefrenable de Dios; “mientras se pasea por la bóveda del cielo.” (Job 22:14), que expresa la inmensidad de su presencia; “él anda sobre las alas del viento” (Salmo 104:3), que nos habla de la rapidez de sus operaciones. Esta última expresión es muy interesante. No dice que “vuela” o “corre”, sino que “anda”, y que lo hace en las mismísimas “alas del viento”, uno de los elementos más impetuosos, capaz de ser lanzado con tremenda furia y de arrastrarlo todo con rapidez inconcebible, pero que, así y todo, está bajo sus pies, y bajo su perfecto control.

Consideremos ahora, el poder de Dios en la creación. “Tuyos los cielos, tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, tú los fundaste. Al norte y al sur tú los creaste” (Sal. 89:11-12). Para trabajar, el hombre necesita herramientas y materiales, pero Dios no; una palabra sola creó todas las cosas de la nada. La inteligencia no puede comprenderlo. Dios “dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:9). Bien podemos exclamar: “Tuyo el brazo con valentía; fuerte es tu mano, ensalzada tu diestra” (Salmo 89:13). ¿Quién, mirando el cielo a media noche y considerando el milagro de las estrellas con los ojos de la razón, puede dejar de preguntarse de que fueron formadas en sus órbitas? Por asombroso que parezca, fueron hechas sin materiales de ninguna clase. Brotaron del vacío mismo.

La obra impotente de la naturaleza universal emergió de la nada, ¿Qué instrumentos usó el arquitecto Supremo para ajustar las diversas partes con exactitud tal, y para dar al conjunto un aspecto tan hermoso? ¿Cómo fue unido todo formando una estructura tan bien proporcionada y acabada? Un simple mandato lo consumó. “Sea”, dijo Dios, y no añadió más; y en seguida apareció el maravilloso edificio adornado con toda la belleza, desplegando perfecciones sin número, y declarando, con los serafines, la alabanza de su gran Creador. “Por la Palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca’” (Salmo 33:6). Consideren el poder de Dios en la conservación.

Ninguna criatura tiene poder para conservarse a sí misma. “¿Crece el junco sin lodo? ¿Crece el prado sin agua?” (Job 8:11). Si no hubiera hierbas comestibles, tanto los hombres como las bestias morirían, y si la tierra no fuera refrescada por la lluvia fertilizadora, las hierbas se marchitarían y morirían.

Por tanto, Dios es el Conservador “del hombre y el animal” (Sal. 36:6) El “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:3) ¡Qué milagro del poder divino en la vida prenatal del ser humano! El que un ser pueda vivir durante tantos meses, en un lugar tan reducido y sucio, y sin respirar, sería inexplicable si no fuera por el poder de Dios. Verdaderamente, “Él es el que puso nuestra alma en vida” (Sal. 66:9).

La conservación de la tierra de la violencia del mar es otro ejemplo claro del poder de Dios. ¿Cómo ese furioso elemento se mantiene encerrado en los límites en los que Él lo colocó en el principio, continuando allí sin inundar y destruir la parte baja de la creación? La posición natural del agua es sobre la tierra, puesto que es más ligera, e inmediatamente debajo del aire, porque es más pesada. ¿Quién refrena sus naturales cualidades? El hombre ciertamente no, ya que no podría. Lo que la reprime es el mandato de su creador: “Y dije: Hasta aquí vendrás, y no pasarás delante, y aquí cesará la soberbia de tus olas” (Job 38:11). ¡Qué monumento más permanente al poder de Dios es la conservación del mundo! Consideremos el poder de Dios en el gobierno.

Tomen, por ejemplo, la sujeción en que tiene a Satanás. “El diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pedro 5:8). Está lleno de odio contra Dios y de enemistad furiosa contra los hombres, especialmente los santos. El que envidió a Adán en el paraíso, envidia la felicidad que para nosotros significa el disfrute de las bendiciones de Dios.

Si pudiera, trataría a todos como trató a Job: enviaría fuego del cielo sobre los frutos de la tierra, destruiría el ganando, haría que un viento huracanado derribara las casas y cubriría nuestros cuerpos de sarna maligna. Sin embargo, aunque los hombres no se den cuenta de ello, Dios lo reprime hasta cierto punto, impidiéndole realizar sus propósitos malignos, y sujetándole a sus órdenes. Asimismo, Dios restringe la corrupción natural del hombre. El permite suficientes brotes del pecado como para mostrar la tremenda ruina que la apostasía del hombre ha producido, pero, ¿quién es capaz de imaginar los terribles extremos a los que el hombre llegaría si Dios retirara su brazo moderador?

Todos los descendientes de Adán, por naturaleza, tienen bocas “llenas de maledicencia y de amargura; sus pies son ligeros a derramar sangre” (Romanos 3:14-15) ¡Cómo triunfarían el abuso y la locura obstinada si Dios no se impusiera y no edificara muros de contención a las mismas! “Alzaron los ríos, oh Jehová, alzaron los ríos su sonido; alzaron los ríos su estruendo. Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de muchas aguas, más que las recias olas del mar.” (Salmo 93:3-4).

Observemos el poder de Dios en sus juicios. Cuando Dios hiere, nadie puede resistírsele: “¿Estará firme tu corazón? ¿Estarán fuertes tus manos en los días cuando yo actúe contra ti? Yo, Jehová, he hablado y lo cumpliré” (Ezequiel 22:14.) ¡Qué ejemplo más terrible de ello el que nos ofrece el diluvio! Dios abrió las ventanas del cielo y rompió las fuentes del gran abismo, y la raza humana entera (excepto los que se hallaban en el arca), impotente ante el temporal de su ira, fue arrasada. Con una lluvia de fuego y azufre fueron destruidas las ciudades del valle.

Faraón y todas sus huestes fueron impotentes cuando Dios sopló sobre ellos en el Mar Rojo. ¡Qué palabras más terribles las de Romanos 9:22! “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar la ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha mansedumbre los vasos de ira preparados para muerte?” Dios mostrará su gran poder sobre los reprobados, no sólo encarcelándolos en la Gehena, sino también conservando sus cuerpos, además de sus almas, en los tormentos eternos del lago de fuego.

¡Bien podemos temblar ante tal Dios! Tratar desdeñosamente a Aquel que puede aplastarnos como si fuéramos moscas, es una conducta suicida. Desafiar al que está vestido de omnipotencia, al que puede hacernos pedazos y arrojarnos al infierno al momento que lo desee, es el colmo de la locura. Para decirlo de la manera más clara: obedecer su mandamiento es, cuando menos, actuar con sensatez. “Besad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino, cuando se encendiere un poco su furor” (Salmo 2:12).

¡Bien hace el alma iluminada en adorar a un Dios semejante! Las perfecciones maravillosas e infinitas de un Ser así requieren la más ferviente adoración. Si los hombres poderosos y de renombre reclaman la admiración del mundo, cuánto más debería llenarnos de asombro y reverencia el poder del Todopoderoso. “¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnifico en santidad, terrible en loores, hacedor de maravillas?” (Éxodo 15:11)

¡Bien hace el santo en confiar en un Dios tal! Él es digno de confianza implícita. Nada le es imposible. Si el poder de Dios fuera limitado. Podríamos desesperar, pero viéndole vestido de omnipotencia, ninguna oración es demasiado difícil para impedirle contestarla, ninguna necesidad demasiado grande para impedirle suplirla, ninguna pasión demasiado violenta para impedirle dominarla, ninguna tentación demasiado fuerte para impedirle librarnos de la misma, ninguna aflicción demasiado profunda para impedirle aliviarla.

“Jehová es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmo 27:1). “A Aquel que es poderoso para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones de todas las edades, para siempre. Amen” (Efesios 3:20,21)

Publicado 28th November 2014 por Unknown







El Carácter de Dios - Introducción

INTRODUCCIÓN A LOS ATRIBUTOS DE DIOS



INTRODUCCIÓN

Dios se nos revela no sólo a través de sus nombres sino también en sus atributos, es decir, las perfecciones del divino ser. Se acostumbra a distinguir entre los atributos comunicables y los incomunicables. Existen vestigios de los primeros en las criaturas humanas, pero no de los segundos.

LOS ATRIBUTOS INCOMUNICABLES

Su énfasis está en la absoluta distinción que existe entre la criatura y el Creador. Tales atributos son:

LA INDEPENDENCIA O EXISTENCIA PROPIA DE DIOS

Esto significa que la razón de la existencia de Dios se encuentra en Dios mismo, y que, a diferencia del hombre, no depende de nada aparte de sí mismo. Dios es independiente en su Ser, en sus acciones y virtudes, y hace que todas las criaturas dependan de Él.

Esta idea se halla expresada en el nombre de Jehová y en los pasajes siguientes: Sal. 33: 11; 115:3; Isaías ,40: 18s; Dan. 4: 35; Juan 5:26; Rom. 11: 33-36; Hechos 17:25; Apoc. 4:11.

LA INMUTABILIDAD DE DIOS

Las Escrituras nos enseñan que Dios no cambia. Tanto en su divino ser como en sus atributos, en sus propósitos y promesas, Dios permanece siempre el mismo, Núm. 23: 19; Sal. 33: 11; 102: 27; Mal. 3: 6; Heb. 6: 17, Santo 1:17.

Esto no significa en ningún modo que en Dios no existe el movimiento. La Biblia nos habla de su ida y venida y de que se esconde y se revela. N os dice también que se arrepiente, pero es evidente que esto es sólo una forma humana de referirse a Dios, Éxodo 32: 14; Jonás 3:10; y más bien indica un cambio en la relación del hombre para con Dios.

LA INFINIDAD DE DIOS

Con esto decimos que Dios no está sujeto a limitación alguna. Podemos hablar de su infinidad en diversos sentidos. Con relación a su Ser, podemos llamarla su perfección absoluta. En otras palabras, Dios no está limitado en su conocimiento y sabiduría, su bondad y amor, su justicia y santidad, Job 11: 7-10; Sal. 145: 3.

Con respecto al tiempo, la llamamos Su eternidad. Mientras que en la Escritura tal noción nos es dada en forma de una duración ilimitada, Sal. 90:2; 102:12, en realidad significa que Dios está por encima del tiempo, y que por lo tanto no está sujeto a sus limitaciones.

Para Dios sólo existe un eterno presente, y no hay pasado ni futuro. Con relación al espacio, Su infinidad recibe el nombre de inmensidad. Dios está presente en todas partes, mora en todas sus criaturas, llena cada punto del espacio, pero no está limitado en ningún modo por el espacio, 1 Reyes 8: 27; Sal. 139: 7-10; Isaías 66: 11; Jer. 23: 23, 24; Hechos 17: 27-28.

LA SIMPLICIDAD DE DIOS

Al hablar de la simplicidad de Dios queremos decir que Dios no está compuesto de diferentes partes, tales como el cuerpo y el alma en el hombre, y que, por esta misma razón, Dios no se halla sujeto a división alguna. Las tres personas de la Divinidad no son tantas partes de las que se compone la esencia divina.

Todo el ser de Dios pertenece a cada una de las tres Personas Por tal motivo afirmamos que Dios y sus atributos son un todo y que Él es vida, luz, amor, justicia, verdad, etc.

LOS ATRIBUTOS COMUNICABLES

Estos son los atributos de los cuales existe alguna semejanza en el hombre. Debemos notar, sin embargo, que lo que vemos en el hombre es una semejanza finita (limitada) e imperfecta de aquello que en Dios es infinito (ilimitado) y perfecto.

EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Llamamos así a aquella perfección divina por la cual Dios, a su manera, se conoce a sí mismo y a todas las cosas actuales y posibles. Dios tiene de por sí este conocimiento propio y no lo obtiene de nada ni nadie exterior. Este conocimiento es completo y está siempre presente en su mente.

Puesto que tal conocimiento lo abarca todo, ha recibido el nombre de omnisciencia. Dios conoce todas las cosas pasadas, presentes, futuras y no tan sólo aquellas que tienen una existencia real sino también las que Son meramente posibles, 1ª Reyes 8: 29; Sal. 139: 1-16; Isa. 46: 10; Ezeq. 11:5; Hechos 15:18; Juan 21:17; Hebreos 4:13.

LA SABIDURÍA DE DIOS

La sabiduría es un aspecto del conocimiento de Dios. Es el atributo divino que se manifiesta en la selección de' dignos fines y en la selección de los mejores medios para la realización de tales fines. El propósito final y al cual Dios hace que todas las cosas se subordinen es su propia gloria. Rom. 11: 33; 1 Cor. 2: 7; Efesios 1: 6, 12, 14; Col. 1:16.

LA BONDAD DE DIOS

Dios es bueno, esto es, santo a la perfección en su modo de Ser. Sin embargo, esta no es la clase de bondad a la que nos referimos aquí. Esta bondad a la que hacemos referencia es aquella bondad que se revela en hacer el bien a otros. Es el atributo o perfección divina que lo impulsa a obrar con bondad y generosidad para con todas sus criaturas. La Biblia habla de ello repetidamente. Sal. 36:6: 104: 21; 145:8, 9,16; Mateo 5: 45; Hechos 14:17.

EL AMOR DE DIOS

Se ha llamado a este atributo el atributo más importante de Dios, pero es dudoso de que sea más importante que cualquier otro. En virtud del tal, Dios se deleita en sus propias perfecciones y también en el hombre, como reflejo de su imagen. Podemos considerarlo desde diferentes puntos de visita. El amor inmerecido de Dios que se revela en el perdón de los pecados recibe el nombre de gracia, Efesios 16:7; 2: 7-9; Tito 2: 11.

El amor que se revela en aliviar la miseria de aquellos que sufren las consecuencias del pecado, lo llamamos su misericordia o tierna compasión, Lucas 1:54.72, 78; Rom. 15:8; 9:16, 18; Efesios 2:4. Cuando este amor tiene paciencia con el pecador que no escucha las instrucciones y avisos divinos, lo llamamos su longanimidad o paciencia, Rom. 2:4; 9:22; 1 Pedro 3:20; 2 Pedro 3:15.

LA SANTIDAD DE DIOS

La santidad de Dios es ante todo aquella perfección divina por la cual Dios es absolutamente distinto de todas sus criaturas, y elevado muy por encima de ellas en infinita majestad. Éxodo 15: 11, Isaías 57:15. En segundo lugar denota también que Dios es libre de cualquier impureza moral b pecado, y que por tanto es moralmente perfecto. En la presencia de un Dios santo, el hombre siente su pecado muy profundamente, Job 34: 10; Isaías 6: 5; Habacuc 1: 13.

LA JUSTICIA DE DIOS

La justicia de Dios es aquel atributo divino por el cual Dios se mantiene santo en frente de cualquier violación de su santidad. En virtud de ello, Dios mantiene su gobierno moral en el mundo e impone al hombre una ley justa, recompensando la obediencia Y. castigando la desobediencia, Sal. 99: 4; Isaías 33: 22; Rom. 1: 32.

La justicia de Dios que se manifiesta en dar recompensas recibe el nombre de justicia remunerativa; la que se revela al ejecutar su castigo se llama justicia retributiva. La primera es una expresión de su amor y la segunda de su ira.

LA VERACIDAD DE DIOS

Este atributo denota que Dios es verdadero en su mismo Ser, en su revelación y en las relaciones para con su pueblo. Dios es verdadero en contraste con los ídolos, conoce las cosas tal como son, y es fiel en el cumplimiento de sus promesas. Esta última característica recibe también el nombre de fidelidad de Dios, Núm. 23: 19; 1ª Cor 1: 9; 1ª Tim. 2: 13; Heb. 10:23.

LA SOBERANÍA DE DIOS

Este atributo puede ser considerado desde dos puntos de vista, su soberana voluntad y su soberano poder. La voluntad de Dios, según las Escrituras, es la causa final de todas las cosas. Efesios 1: 11; Apoc. 4: 11. De acuerdo con Deut. 29: 29 ha sido costumbre distinguir entre la voluntad secreta de Dios y la voluntad revelada.

La primera ha sido llamada la voluntad del decreto divino, está escondida en Dios mismo y sólo puede ser conocida a través de sus efectos. La segunda es la voluntad de sus preceptos y nos ha sido revelada en la ley y en el evangelio. La voluntad de Dios es absolutamente libre en su relación con sus criaturas, Job 11: 10; 33: 13; Sal. 115: 3; Prov. 21: 1; Mateo 20: 15; Rom. 9: 15-18; Apoc. 4: 11.

Aun las acciones pecaminosas del hombre están bajo el control de su soberana voluntad, Génesis 50: 20; Hechos 2:23. Al poder de ejecutar su voluntad se le ha llamado omnipotencia. Decir que Dios es omnipotente, no significa que Dios puede hacer cualquier cosa.

La Biblia nos enseña que hay ciertas cosas que aun Dios mismo no puede hacer. Dios no puede mentir, pecar, ni negarse a sí mismo. Núm. 23:19; 1 Sam. 15: 29; 2 Tim. 2:

13; Heb. 6:18; Santo 1:13, 1'7. Significa en cambio, que Dios puede, por el mero ejercicio de su voluntad, realizar cualquier cosa que Él ha decidido llevar a cabo, y que, si Él lo quisiera, podría aun hacer más que esto, Gen. 18:14; Jer. 32:27, Zac. 8:6; Mateo 3:9; 26 :53.


TEXTOS PARA APRENDER DE MEMORIA QUE PRUEBAN:

LOS ATRIBUTOS INCOMUNICABLES DE DIOS

1. Independencia. Juan 5:26. «Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así Dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo.»
2. Inmutabilidad. Mal. 3:6. «Porque yo Jehová no me mudo; y así vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.» Santo 1:17. «Toda buena dádiva y todo bien perfecto es de 10 alto, que desciende del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.»
3. Eternidad. Salmo 90:2. «Antes que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.» Sal. 102:27. «Mas tú eres el mismo, y tus años no se acabarán.»
4. Omnipresencia. Sal. 139:7-10. «¿Adónde me iré de tu espíritu? ¿Y dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos allí estás tú: y si en abismo hiciere mi estrado, he aquí allí tú estás. Si tomare las alas del alba, y habitare en el extremo de la mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.» Jer. 23:23-24. «¿Soy yo Dios de poco acá, dice Jehová, y no Dios de mucho ha? ¿Ocultaras alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No hincho yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?

LOS ATRIBUTOS COMUNICABLES

1. Omnisciencia. Juan 21:17b. «Y dísele: Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.» Heb. 4: 13. «Y no hay cosa criada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas... y abiertas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.»
2. Sabiduría. Sal. 104:24. «¡Cuán muchas son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría.» Dan. 2:20-21b. «Sea bendito el nombre de Dios de siglo hasta siglo: porque suya es la sabiduría y la fortaleza... Da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos.»
3. Bondad. Sal. 86:5. «Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan.» Sal. 118:29. «Alabad a Jehová porque es bueno; porque para siempre es su misericordia.»
4. Amor. Juan 3:16. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» 1ª Juan 4:8. «El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor.»
5. Gracia. Nehemías 9:17b. «Tú, empero, eres Dios de perdones, clemente y piadoso, tardo para la ira, y de mucha misericordia.» Rom. 3:24, «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús».
6. Misericordia. Rom. 9:18. «De manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece.» Efesios 2:4-5, «Empero Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo».
7. Longanimidad o paciencia. Núm. 14: 18. «Jehová, tardo de ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión.» Rom. 2: 4, «O menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento».
8. Santidad. Éxodo 15: 11, «¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en loores, hacedor de maravillas? Isaías 6: 3b. «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria».
9. Justicia y juicio. Salmo 89:14. «Justicia y juicio son el asiento de tu trono». Salmo 145: 17, «Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras». 1ª Pedro 1: 17, «y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, con verdades. Temor todo el tiempo de vuestra peregrinación.»
10. Veracidad y fidelidad. Núm. 23:19. «Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta: él dijo ¿y no hará?; habló, ¿y no lo ejecutará?» 2ª Tim. 2: 13. «Si fuéramos infieles, él permanece fiel: no se puede negar a sí mismo.»
11. Soberanía. Efesios 1:11. «En el digo, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.» Apoc. 4: 11, «Señor, digno eres de recibir gloria y honra y virtud: porque tú criaste todas las cosas, y por tu voluntad tienen ser y fueron criadas.»
12. Voluntad secreta y revelada. Deut. 29:29. «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios: mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por. Siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.»
13. Omnipotencia. Job 42:2. «Yo conozco que todo lo puedes.» Mateo 19:26. «Para con Dios todo es posible.» Lucas 1:37. «Porque ninguna cosa es imposible para Dios.»

PARA ESTUDIO BÍBLICO ADICIONAL

1. De casos en los que la Biblia identifica a Dios. ‘con sus atributos. Jer. 23:6; Hebreos 12:29; 1 Juan 1:5; 3:16.
2. ¿Cómo puede Dios ser justo y a la vez misericordioso para con el pecador? Zac. 9:9. Rom. 3:24-26.

3. Pruébese a través de las Escrituras que la presciencia divina incluye aun los sucesos condicionales. 1 Sam. 23: 10-13. 2ª Reyes 13: 19; Sal 81: 13-15; Jer. 38: 17-20; Ezequiel 3: 6; Mateo 11: 21. Isaías 48: 18.

Publicado 28th November 2014 por Unknown








El Carácter de Dios - Bondad

LA BONDAD DE DIOS
TEMA



“Alabad a Jehová, porque es bueno” (Sal. 136:1). La “bondad” de Dios corresponde a la perfección de su naturaleza: “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (Juan. 1:5). La perfección de la naturaleza de Dios es tan absoluta que no hay nada en ella que sea incompleta o defectuosa, ni nada pueda serle añadida o mejorarla. Sólo El es originalmente bueno, en sí mismo; las criaturas pueden ser buenas sólo por la participación y comunicación que viene de Dios.

Él es bueno esencialmente, y no sólo bueno, sino la bondad misma; la bondad de la criatura es sólo una cualidad sobre añadida, mientras que en Dios es su misma esencia. Él es infinitamente bueno; la bondad en la criatura es como una gota, en Dios es como un océano infinito. Él es bueno eterna e inmutablemente, porque no puede ser menos bueno de lo que es. En Dios no cabe la adición ni la substracción. Dios es “súmmum bonum”, el sumo bien. Dios es, no sólo el más grande de todos los seres sino también el mejor.

Todo el bien que puede haber en una criatura le ha sido impartido por el creador, pero la bondad es propia en Dios porque es la esencia de su naturaleza eterna. Dios era eternamente bueno antes de que hubiera ninguna manifestación de su gracia, y antes de que existiera ninguna criatura a la cual impartirla o con la cual ejercitarla, del mismo modo que era infinito en poder desde toda la eternidad, antes de que hubiera uso de su omnipotencia.

De ahí que la primera manifestación de su perfección divina fuera dar el ser a todas las cosas. “Bueno eres tú, y bienhechor” (Sal. 119,68). Dios tiene, en sí mismo, un tesoro infinito e inagotable de bendición que es suficiente para llenarlo todo.

Todo lo que emana de Dios -sus decretos, sus leyes, su providencia, la creación- no puede ser sino bueno, como está escrito: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gén. 1; 31). Así, que, la bondad de Dios se revela, en primer lugar, en la creación. Cuando más detenidamente estudiamos a la criatura, más evidente es la bondad de Dios.

Tomemos al hombre, la suprema entre las criaturas terrestres, como ejemplo. Todo, en la Escritura de nuestros cuerpos, atestigua la bondad de su Creador. ¡Cuán adecuadas son las manos para llevar a cabo su trabajo! ¡Cuán benévolo al proveer de párpados y cejas a los ojos para su protección! Y así podríamos seguir indefinidamente.

Sin embargo, la bondad del creador no se limita al hombre, sino que es ejercitada para con todas las criaturas. “Los ojos de todos esperan en ti, y Tú les das su comida en su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo viviente” (Sal. 145;15, 16). Podrían escribirse volúmenes enteros, -más de los que ya se han escrito- para ampliar esta verdad. Dios ha hecho abundante provisión para suplir las necesidades de los pájaros del aire, los animales del bosque y los peces del mar.

“El da mantenimiento a toda carne, porque para siempre es su misericordia” (Sal. 33:5). Verdaderamente, “de la misericordia de Jehová está llena la Tierra” (Sal. 136:25). La bondad de Dios es notoria en la variedad de placeres naturales que ha provisto para sus criaturas. Dios podía haberse contentado satisfaciendo nuestra hambre sin que la comida fuera agradable a nuestro paladar. ¡Qué evidente es su bondad en la variedad de gustos que ha dado a la carne, las verduras y las frutas! Dios nos ha dado, no sólo los sentidos, sino también aquello que lo satisface; y esto, también, revela su bondad.

La tierra podía haber sido igualmente fértil sin que su superficie fuera tan satisfactoriamente variada. Nuestra vida física podría haberse mantenido sin las flores hermosas que regalan nuestra vista y que exhalan dulces perfumes.

Podríamos haber andado sin que los oídos nos trajeran la música de los pájaros. ¿De dónde proviene, pues, esta hermosura, este encanto tan generosamente vertido sobre la faz de la naturaleza? Verdaderamente, “las misericordias de Jehová sobre todas sus obras” (Sal. 145:9). La bondad de Dios se manifiesta en el hecho de que, cuando el hombre quebrantó la ley de su creador, no comenzó en seguida una dispensación de pura ira.

Dios podía muy bien haber privado a las criaturas caídas de toda bendición, consuelo y placer. En lugar de hacerlo así, introdujo un régimen mixto, de misericordia y de juicio. Si consideramos debidamente este hecho, notaremos qué maravilloso es; y cuando más detenidamente lo estudiemos, más claramente aparecerá que “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg. 2; 13). A pesar de todos los males que acompañan nuestro estado caído, la balanza del bien prevalece grandemente.

Con relativamente raras excepciones, los hombres y mujeres conocen muchísimos más días de buena salud que de enfermedad y dolor. En la creación hay mucha más felicidad que desdicha. Incluso para nuestras penas hay considerable alivio, y Dios ha dado a la mente humana una flexibilidad que le permite adaptarse a las circunstancias y sacar el mejor provecho posible de ellas. La bondad de Dios no puede ser puesta en entredicho porque haya sufrimiento y dolor en el mundo.

Si el hombre peca contra la bondad de Dios, si menosprecia las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, y después, por su dureza y por su corazón no arrepentido, atesora para sí ira para el día de la ira (Rom. 2:4,5), ¿a quién puede culpar si no a sí mismo?

Si Dios no castigara a los que hacen mal uso de sus bendiciones, abusan de su benevolencia y pisotean sus misericordias, ¿sería El “bueno"? Cuando Dios libre la tierra de los que han quebrantado sus leyes, desafiando su autoridad, escarnecido a sus mensajeros, despreciado a su Hijo y perseguido a aquellos por los que Cristo murió, la bondad de Dios no sufrirá, sino que, por el contrario, ello será el ejemplo más brillante de la misma.

La bondad de Dios apareció más gloriosa que nunca cuando “envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de qué recibiésemos la adopción de hijos” (Gál. 4:4,5). Fue entonces cuando una multitud de las huestes celestes alabó a su Creador y dijo: “Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz, Buena voluntad para con los hombres” (Luc. 2:14).

Sí, en el Evangelio, “la gracia (en el original griego “bondad”) de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó” (Tito 2:11). Tampoco la bondad de Dios puede ser puesta en entredicho porque no hiciera objeto de su gracia redentora a todas las criaturas pecadoras. Tampoco lo hizo así con los ángeles caídos.

Si Dios hubiera dejado que todos perecieran, ello no se hubiera reflejado en su bondad. Al que discuta tal afirmación le recordamos la soberana prerrogativa de nuestro Señor: “¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío? o ¿es malo tu ojo, porque yo soy bueno” (Mat.. 20:15). “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Sal. 107:8). La gratitud es la respuesta justamente requerida de los que son objeto de su benevolencia; pero, porque su bondad es tan constante y abundante, a nuestro gran Benefactor le es negada a menudo esta gratitud.

Es tenida en poca estima porque es ejercida hacia nosotros en el curso normal de los eventos. No es sentida porque la experimentamos diariamente. “¿Menosprecias las riquezas de su benignidad?” (Rom. 2:4). Su bondad es “menospreciada” cuando no es perfeccionada como medio de llevar a los hombres al arrepentimiento, sino que, por el contrario, sirve para endurecerlos al suponer que Dios pasa por alto su pecado.

La bondad de Dios es la esencia de la confianza del creyente. Esta excelencia de Dios es la que más apela a nuestros corazones. Su bondad permanece para siempre, y, por ello nunca deberíamos desanimarnos: “Bueno es Jehová para fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nah. 1:7).

Cuando otros se portan mal con nosotros, ello debería llevarnos a dar gracias al Señor, porque él es bueno; y, cuando somos conscientes de estar lejos de ser buenos, deberíamos bendecirle más reverentemente, porque Él es bueno. No debemos permitirnos ni un momento de incredulidad acerca de la bondad de Dios; aunque todo lo demás sea puesto en duda, esto es absolutamente cierto: Jehová es bueno; sus privilegios pueden variar, pero su naturaleza es siempre la misma.

Publicado 28th November 2014 por Unknown







ACTITUDES QUE ABORRECE DIOS

7 actitudes que Dios aborrece según la Biblia ¡Cuidado con caer en ellas! Proverbios 6:16-19 “Seis cosas aborrece YHVH, y aun si...