EL
PODER DE DIOS
TEMA
“Una vez habló
Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es la fortaleza” (Sal. 62:11) El
poder de Dios es la facultad y la virtud por la cual puede hacer que se cumpla
todo aquello que agrada, todo lo que le dicta su sabiduría infinita, todo lo
que la pureza infinita de su voluntad determina. A menos que creamos que es, no
sólo omnisciente, sino también omnipotente, no podemos tener un concepto
correcto de Dios.
El que no puede
hacer todo lo que quiere y no puede llevar a cabo todo lo que se propone, no
puede ser Dios. Él tiene, no solo la voluntad para resolver aquello que le
parece bueno, sino también el poder para llevarlo a cabo, Así como la santidad
es la hermosura de todos los atributos de Dios, su poder es el que da vida y
acción a todas las perfecciones de la naturaleza Divina. ¡Qué vanos serían los
consejos eternos si el poder no interviniera para cumplirlos! Sin el poder, su
misericordia no sería sino una debilidad humana, sus promesas un sonido vacío,
sus amenazas alarmas infundadas.
El poder de Dios
es como él mismo: infinito, eterno, inconmensurable; no puede ser contenido,
limitado ni frustrado por la criatura. “Una vez habló Dios; dos veces he oído
esto: Que de Dios es la fortaleza” (Salmo 62:11). “Una vez habló Dios”, ¡no es
necesario más! El cielo y la tierra pasarán, más su Palabra permanece para
siempre. “Una vez habló Dios”, ¡Cuán digna es su majestad divina!
Nosotros, pobres
mortales, podemos hablar y, a menudo, no ser oídos; pero cuando él habla, el
trueno de su poder se oye en mil colinas. “Y tronó en los cielos Jehová y el
Altísimo dio su voz: granizo y carbones de fuego. Y envió sus saetas, y los
desbarató; y echó relámpagos, y los destruyó. Y aparecieron las honduras de las
aguas, y se descubrieron los cimientos del mundo, a tu reprensión, oh Jehová,
por el soplo del viento de tu nariz” (Salmo 18:13-15).
“Una vez habló
Dios”. He aquí su autoridad inmutable. “Porque ¿quién en los cielos se igualará
con Jehová? ¿Quién será semejante a Jehová entre los hijos de los potentados?
(Sal. 89:6). “Y todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el
ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad;
ni hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).
Esto se puso
claramente de manifiesto cuando Dios se encarnó y habitó en el tabernáculo
humano. Él dijo al leproso: “Quiero; se limpio. Y luego su lepra fue limpiada”
(Mat. 8:3). A uno que había estado cuatro días en la tumba le llamó, diciendo:
“Lázaro, ven fuera”, y el muerto salió. El viento tormentoso y las olas feroces
fueron calmados con una simple palabra de su boca; y una legión de demonios no
pudo resistirse a su mandato autoritario. “De Dios es la fortaleza”, y de Dios
solo.
Ni una sola
criatura en todo el universo tiene un átomo de poder, si Dios no se lo ha dado.
Su poder no puede adquirirse, ni está en las manos de ninguna otra autoridad.
Pertenece inherentemente a Dios. “El poder de Dios, como El mismo, existe y se
sostiene por sí mismo. El más poderoso de todos los hombres no podría añadir ni
aumentar ni una pequeñez el poder del Omnipotente.
El mismo es la
causa central y el originador de todo poder. La creación entera confirma el
gran poder de Dios y su completa independencia de todas las cosas creadas.
Oigan su reto: “¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra?” Házmelo saber, si
tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió
sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra
angular?” (Job 38:4-6) ¡Cuán cierto es que el orgullo del hombre está asentado
sobre el polvo!
El poder es
también usado como un nombre de Dios, “el Hijo del hombre sentado a la diestra
de la potencia” (Marcos 14:62), es decir a la diestra de Dios. Dios y su poder
son tan inseparables que son también recíprocos. Su esencia es inmensa, no
puede ser limitada en el espacio; es eterna, no puede medirse en términos del
tiempo; omnipotente no puede ser limitada con relación a la acción.
“He aquí estas
son partes de sus caminos: ¡más cuán poco hemos oído de él! Porque el estruendo
de sus fortalezas, ¿quién lo detendrá?” (Job. 26:14). ¿Quién es capaz de contar
todos los monumentos de su poder? Incluso lo que, en la creación visible, se
muestra de su poder, está más allá de nuestra capacidad de comprensión; aún
menos podemos concebir la omnipotencia misma. En la naturaleza de Dios hay
infinitamente más poder del que todas sus obras revelan. “Partes de sus
caminos” es lo que vemos en la creación, la providencia y la redención, pero
sólo una pequeña parte de su poder se nos revela en ellas.
Esto es lo que,
con evidente claridad, nos dice Hab. 3:4: “Allí estaba escondida su fortaleza”.
Es imposible hallar capítulo más grande y elocuente que éste, en el que
hallamos tal riqueza de imágenes; sin embargo, nada supera su grandeza a esta
declaración. El profeta vio en visión cómo, en una asombrosa demostración de
poder, Dios desmenuzaba los montes. No obstante, el versículo mencionado dice
que esto, lejos de ser una manifestación de poder, era una ocultación del
mismo. ¿Qué significa esto? Sencillamente que el poder de la Divinidad es inconcebible,
inmenso e incontrolable. Y que las terribles convulsiones que él actúa en la
naturaleza son sólo una pequeña muestra de su poder infinito.
Es muy hermoso
poder unir los pasajes siguientes: “él... anda sobre las alturas de la mar”
(Job 9:8), que expresa el poder irrefrenable de Dios; “mientras se pasea por la
bóveda del cielo.” (Job 22:14), que expresa la inmensidad de su presencia; “él
anda sobre las alas del viento” (Salmo 104:3), que nos habla de la rapidez de
sus operaciones. Esta última expresión es muy interesante. No dice que “vuela”
o “corre”, sino que “anda”, y que lo hace en las mismísimas “alas del viento”,
uno de los elementos más impetuosos, capaz de ser lanzado con tremenda furia y
de arrastrarlo todo con rapidez inconcebible, pero que, así y todo, está bajo
sus pies, y bajo su perfecto control.
Consideremos
ahora, el poder de Dios en la creación. “Tuyos los cielos, tuya también la
tierra; el mundo y su plenitud, tú los fundaste. Al norte y al sur tú los
creaste” (Sal. 89:11-12). Para trabajar, el hombre necesita herramientas y
materiales, pero Dios no; una palabra sola creó todas las cosas de la nada. La
inteligencia no puede comprenderlo. Dios “dijo, y fue hecho; él mandó, y
existió” (Salmo 33:9). Bien podemos exclamar: “Tuyo el brazo con valentía;
fuerte es tu mano, ensalzada tu diestra” (Salmo 89:13). ¿Quién, mirando el
cielo a media noche y considerando el milagro de las estrellas con los ojos de
la razón, puede dejar de preguntarse de que fueron formadas en sus órbitas? Por
asombroso que parezca, fueron hechas sin materiales de ninguna clase. Brotaron
del vacío mismo.
La obra impotente
de la naturaleza universal emergió de la nada, ¿Qué instrumentos usó el
arquitecto Supremo para ajustar las diversas partes con exactitud tal, y para
dar al conjunto un aspecto tan hermoso? ¿Cómo fue unido todo formando una
estructura tan bien proporcionada y acabada? Un simple mandato lo consumó.
“Sea”, dijo Dios, y no añadió más; y en seguida apareció el maravilloso
edificio adornado con toda la belleza, desplegando perfecciones sin número, y
declarando, con los serafines, la alabanza de su gran Creador. “Por la Palabra
de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu
de su boca’” (Salmo 33:6). Consideren el poder de Dios en la conservación.
Ninguna criatura
tiene poder para conservarse a sí misma. “¿Crece el junco sin lodo? ¿Crece el
prado sin agua?” (Job 8:11). Si no hubiera hierbas comestibles, tanto los
hombres como las bestias morirían, y si la tierra no fuera refrescada por la
lluvia fertilizadora, las hierbas se marchitarían y morirían.
Por tanto, Dios
es el Conservador “del hombre y el animal” (Sal. 36:6) El “sustenta todas las
cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:3) ¡Qué milagro del poder divino en
la vida prenatal del ser humano! El que un ser pueda vivir durante tantos
meses, en un lugar tan reducido y sucio, y sin respirar, sería inexplicable si
no fuera por el poder de Dios. Verdaderamente, “Él es el que puso nuestra alma
en vida” (Sal. 66:9).
La conservación
de la tierra de la violencia del mar es otro ejemplo claro del poder de Dios.
¿Cómo ese furioso elemento se mantiene encerrado en los límites en los que Él
lo colocó en el principio, continuando allí sin inundar y destruir la parte
baja de la creación? La posición natural del agua es sobre la tierra, puesto
que es más ligera, e inmediatamente debajo del aire, porque es más pesada.
¿Quién refrena sus naturales cualidades? El hombre ciertamente no, ya que no
podría. Lo que la reprime es el mandato de su creador: “Y dije: Hasta aquí
vendrás, y no pasarás delante, y aquí cesará la soberbia de tus olas” (Job
38:11). ¡Qué monumento más permanente al poder de Dios es la conservación del
mundo! Consideremos el poder de Dios en el gobierno.
Tomen, por ejemplo,
la sujeción en que tiene a Satanás. “El diablo, cual león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar” (1Pedro 5:8). Está lleno de odio contra
Dios y de enemistad furiosa contra los hombres, especialmente los santos. El
que envidió a Adán en el paraíso, envidia la felicidad que para nosotros
significa el disfrute de las bendiciones de Dios.
Si pudiera,
trataría a todos como trató a Job: enviaría fuego del cielo sobre los frutos de
la tierra, destruiría el ganando, haría que un viento huracanado derribara las
casas y cubriría nuestros cuerpos de sarna maligna. Sin embargo, aunque los
hombres no se den cuenta de ello, Dios lo reprime hasta cierto punto,
impidiéndole realizar sus propósitos malignos, y sujetándole a sus órdenes.
Asimismo, Dios restringe la corrupción natural del hombre. El permite
suficientes brotes del pecado como para mostrar la tremenda ruina que la
apostasía del hombre ha producido, pero, ¿quién es capaz de imaginar los
terribles extremos a los que el hombre llegaría si Dios retirara su brazo
moderador?
Todos los
descendientes de Adán, por naturaleza, tienen bocas “llenas de maledicencia y
de amargura; sus pies son ligeros a derramar sangre” (Romanos 3:14-15) ¡Cómo
triunfarían el abuso y la locura obstinada si Dios no se impusiera y no
edificara muros de contención a las mismas! “Alzaron los ríos, oh Jehová,
alzaron los ríos su sonido; alzaron los ríos su estruendo. Jehová en las
alturas es más poderoso que el estruendo de muchas aguas, más que las recias
olas del mar.” (Salmo 93:3-4).
Observemos el
poder de Dios en sus juicios. Cuando Dios hiere, nadie puede resistírsele:
“¿Estará firme tu corazón? ¿Estarán fuertes tus manos en los días cuando yo
actúe contra ti? Yo, Jehová, he hablado y lo cumpliré” (Ezequiel 22:14.) ¡Qué
ejemplo más terrible de ello el que nos ofrece el diluvio! Dios abrió las
ventanas del cielo y rompió las fuentes del gran abismo, y la raza humana
entera (excepto los que se hallaban en el arca), impotente ante el temporal de
su ira, fue arrasada. Con una lluvia de fuego y azufre fueron destruidas las
ciudades del valle.
Faraón y todas
sus huestes fueron impotentes cuando Dios sopló sobre ellos en el Mar Rojo.
¡Qué palabras más terribles las de Romanos 9:22! “¿Y qué, si Dios, queriendo
mostrar la ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha mansedumbre los
vasos de ira preparados para muerte?” Dios mostrará su gran poder sobre los
reprobados, no sólo encarcelándolos en la Gehena, sino también conservando sus
cuerpos, además de sus almas, en los tormentos eternos del lago de fuego.
¡Bien podemos
temblar ante tal Dios! Tratar desdeñosamente a Aquel que puede aplastarnos como
si fuéramos moscas, es una conducta suicida. Desafiar al que está vestido de
omnipotencia, al que puede hacernos pedazos y arrojarnos al infierno al momento
que lo desee, es el colmo de la locura. Para decirlo de la manera más clara:
obedecer su mandamiento es, cuando menos, actuar con sensatez. “Besad al Hijo,
para que no se enoje, y perezcáis en el camino, cuando se encendiere un poco su
furor” (Salmo 2:12).
¡Bien hace el
alma iluminada en adorar a un Dios semejante! Las perfecciones maravillosas e
infinitas de un Ser así requieren la más ferviente adoración. Si los hombres
poderosos y de renombre reclaman la admiración del mundo, cuánto más debería
llenarnos de asombro y reverencia el poder del Todopoderoso. “¿Quién como tú,
Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnifico en santidad, terrible en loores,
hacedor de maravillas?” (Éxodo 15:11)
¡Bien hace el santo
en confiar en un Dios tal! Él es digno de confianza implícita. Nada le es
imposible. Si el poder de Dios fuera limitado. Podríamos desesperar, pero
viéndole vestido de omnipotencia, ninguna oración es demasiado difícil para
impedirle contestarla, ninguna necesidad demasiado grande para impedirle
suplirla, ninguna pasión demasiado violenta para impedirle dominarla, ninguna
tentación demasiado fuerte para impedirle librarnos de la misma, ninguna
aflicción demasiado profunda para impedirle aliviarla.
“Jehová es la
fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmo 27:1). “A Aquel que
es poderoso para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
pensamos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la
Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones de todas las edades, para
siempre. Amen” (Efesios 3:20,21)
Publicado 28th
November 2014 por Unknown
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