LA
SOLEDAD DE DIOS.
TEMA
El título de este
articulo quizá no sea suficiente explicito para indicar su tema. Ello es debido
en parte, al hecho de que muy pocas personas cristianas, hoy en día, están
acostumbradas a meditar sobre las perfecciones personales de Dios.
Relativamente pocos de aquellos que leen la Biblia ocasionalmente, saben de la
grandeza del carácter divino, que inspira temor e incita a la adoración. Que
Dios es grande en sabiduría, maravilloso en poder, y, sin embargo, lleno de
misericordia, es tenido por muchos como algo casi del dominio publico; pero
tomar en consideración algo parecido a un conocimiento adecuado de su Ser, su
Naturaleza, sus Atributos, tal como se revelan en la Santa Escritura, es cosa
que poquísimas personas cristianas han alcanzado en estos decaídos y
degenerados tiempos. Dios es único en su excelencia. “¿quién como tú, Jehová,
entre los Dioses? ¿Quién como tú, Magnifico en Santidad, terrible en sus
loores, hacedor de maravillas?” (Éxodo 15: 11)
“En el principio,
Dios” (Génesis 1: 1). Hubo un tiempo, Sí “tiempo” puede llamársele, cuando
Dios, en la unidad de su naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres seres
divinos) “personas” habitaba solo. “En el principio, Dios” No había cielo,
donde su gloria es manifestada particularmente ahora. No había tierra que
ocupara su atención. No había ángeles que cantaran sus alabanzas, ni universo
que se sostuviese por la palabra de su poder. No había nada ni nadie sino Dios;
y esto, no durante un día, un año, o una época, sino “desde el siglo” Durante
una eternidad pasada, Dios estuvo solo: Completo, Suficiente, Satisfecho en sí
mismo, no necesitando nada. Si un universo, o Ángeles, o seres humanos le
hubiesen sido necesarios en alguna manera, hubiese sido llamados a la
existencia desde toda la eternidad. Nada añadieron esencialmente a Dios al ser
creados. Él no cambia (Malaquías 3. 6), por lo que su gloria substancial no
puede ser aumentada ni disminuida.
Dios no estaba
bajo coacción, obligado, ni necesidad alguna de crear. El hecho de que quisiera
hacerlo fue puramente un acto soberano de su parte, no producido por nada fuera
de sí mismo; no determinado por nada sino por su propia buena voluntad, ya que
Él “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efesio 1: 11). Que
Él creara fue simplemente para su gloria manifestativa. ¿Cree alguno de
nuestros estudiantes que hemos ido más allá de lo que la Escritura nos
autoriza? Entonces, nuestra apelación será a la Ley y al testimonio:
“Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde el Siglo hasta el Siglo; y
bendigan el nombre Tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza”
(Nehemías 9: 5). Dios no sale ganado nada ni siquiera con nuestra adoración. Él
no necesitaba esa gloria externa de su gracia que procede de sus redimidos,
porque es suficientemente glorioso en Sí mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le
movió a predestinar a sus elegidos para la alabanza de su gloria de su gracia?
Fue como nos dice Efesios 1: 5, “El puro afecto de su voluntad”.
Sabemos que el
elevado terreno que estamos pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros
estudiantes y lectores; por esta razón, haremos bien en movernos despacio.
Recurramos de nuevo a las Escrituras. Al final de Romanos 11: 34-35, donde el
Apóstol concluye su larga argumentación sobre la salvación por la pura y
soberana gracia, pregunta: “Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quien
fue su consejero? ¿O quien le dio a Él primero, para que le sea pagado? La
importancia de esto es que es imposible someter al Todopoderoso a obligación
alguna hacia la criatura; Dios no sale ganado nada con nosotros. “Sí fueres
justo, ¿Qué le darás a Él? ¿O que recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañará
tu impiedad, y al hijo del hombre aprovechará tu justicia” (Job 35: 7-8), pero
no puede en verdad, afectar a Dios, quien es Bendito en Sí Mismo. “Cuando
hubieres hecho todo lo que os he mandado, decid: siervos inútiles somos” (Lucas
17: 10), nuestra obediencia no ha aprovechado en absoluto a Dios.
Es más, nuestro
Señor Jesucristo no añadió nada al ser y gloria esencial de Dios, ni por lo que
hizo, ni por lo que sufrió, porque el en sí mismo tiene toda su plenitud de
Dios, tanto como en existencia eterna y gloriosa. (Juan 1: 1-3). Es verdad,
bendita y gloriosa verdad que nos manifestó la gloria del Dios Padre, pero no
añadió nada a Dios. Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación y sin
apelación posible al decir: “Mi bien a ti no aprovecha” Salmos 16: 2). Todo
este salmo es de Cristo. L bondad o justicia de Cristo aprovechó a sus santos
en la tierra, (Salmos 16: 3), pero Dios estaba por encima y más allá de todo
ello, pues es “El Bendito” (Marcos 14: 61).
Es absolutamente
cierto que Dios es honrado y deshonrado por los hombres; no en su Ser
substancial, sino en su carácter oficial. Es igualmente cierto que Dios ha sido
“glorificado” por la creación, la providencia y la redención. Esto no lo
negamos, ni nos atrevemos a hacerlo. Pero todo ello tiene que ver con su Gloria
manifestativa, y nuestro reconocimiento de ella. Con todo si Dios así lo
hubiera deseado, habría podido continuar solo por toda la eternidad, sin dar a
conocer su gloria a criatura alguna. El que lo hiciera así o no, fue
determinado solamente por su propia voluntad. Él era perfectamente Bendito en sí
mismo antes de que la primera criatura fuera creada, o llamada a la vida. Y,
¿Qué son para Dios todas las obras de sus manos, incluso ahora? Dejemos otra
vez que la Escritura conteste.
“He aquí que las
naciones son reputadas como la gota de un acetre, y como el orín del peso; he
aquí que Él hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el
fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las gentes
delante de Él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo
que no es. “¿A qué pues haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?”
(Isaías 40: 15-18). Este es el Dios de la Escritura; sí, todavía es “El Dios
desconocido” (Hechos 17: 23) para las multitudes descuidadas. “Él está sentado
sobre todo el globo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él
extiende los cielos como una cortina, los tiende como una tienda para morar; Él
torna en nada los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa
vana”. (Isaías 40: 22-23). ¡Cuán infinitamente distinto es el Dios de la
Escritura del “dios” de los pulpitos corrientes de lo contemporáneo.
El testimonio del
Nuevo Testamento no difiere nada del que hallamos en el Antiguo: no podría ser
de otro modo, teniendo ambos el mismo Autor. También ahí leemos: “La cual a su
tiempo mostrará el Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de
señores; quien sólo tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien
ninguno de los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio
sempiterno. Amén. (1ª Timoteo 6: 15-16). El tal debe ser reverenciado,
glorificado y adorado. Él está solo en su majestad, es único en su excelencia,
incomparable en sus perfecciones. Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es
independiente de todo. Él da a todos, pero no es enriquecido por nadie.
Un Dios tal no
puede ser conocido mediante la investigación; Él sólo puede ser conocido tal
como el Espíritu Santo lo revela al corazón, por medio de la palabra. Es verdad
que la creación revela un creador, y que los hombres son totalmente
“inexcusables”, sin embargo, todavía tenemos que decir con Job: “He aquí, estas
son partes de sus caminos; ¡más cuan poco hemos oído de Él! Porque el estruendo
de sus fortalezas, ¿Quién lo detendrá”? (Job 26: 14). Creemos que le llamado
argumento según su designio, usado por algunos “Apologistas” sinceros, ha
producido mucho más daño que beneficio, ya que han intentado bajar al Gran Dios
al nivel de la comprensión finita, y de este modo se ha perdido de vista su
excelencia única.
Se ha trazado una
analogía con el salvaje que encuentra un reloj en la selva, quien después de un
examen detenido, deduce que existe un relojero. Hasta aquí está muy bien. Pero
intentemos ir más lejos: supongamos que el salvaje trata de formarse una
concepción de este relojero, sus afectos personales y maneras su disposición,
conocimiento y carácter moral; todo lo que en conjunto forma una personalidad.
¿Podría nunca pensar o imaginar un hombre real; al hombre que fabrico el reloj,
y decir: “Yo le conozco?” Tal pregunta parece Fútil, pero, ¿Está el Dios eterno
e infinito mucho más al alcance de la razón humana? Ciertamente, no. El Dios de
la Escritura puede ser conocido solamente por aquellos a los cuales Él mismo se
da a conocer.
Tampoco el
intelecto puede conocer a Dios. “Dios es espíritu” (Juan 4: 24), y, por lo
tanto, sólo puede ser conocido espiritualmente. El hombre caído no es
espiritual, sino carnal. Está muerto a todo lo que es espiritual. A menos que
nazca de nuevo, que sea llevado sobrenaturalmente de la muerte a la vida,
milagrosamente trasladado de las tinieblas a la luz, no puede ver las cosas de
Dios (Juan 3: 3), y mucho menos entenderlas (1ª Cor. 2: 14). El Espíritu Santo
ha de resplandecer en nuestros corazones (no en el intelecto) para darnos “el
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2ª Cor. 4: 6). E
incluso el conocimiento espiritual es solamente fragmentario. El alma
regenerada ha de creer en la gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo
(2ª Ped. 3: 18).
La oración y
propósito principal de los cristianos ha de ser el andar como es digno del
Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y creciendo en el
conocimiento de Dios” (Col. 1: 10).
Publicado 28th
November 2014 por Unknown
No hay comentarios.:
Publicar un comentario