LA INMUTABILIDAD
DE DIOS
TEMA
“El padre de las
luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Esta es
una de las perfecciones divinas que nunca han sido suficientemente estudiadas.
Es una de las excelencias que distinguen al creador de todas sus criaturas.
Dios es el mismo perpetuamente; no está sujeto a cambio alguno en su ser,
atributos o determinaciones.
Por ello, Dios es
comparable a una roca (Deut. 32:4) que permanece inmovible cuando el océano
entero que la rodea fluctúa continuamente; aunque todas las criaturas estén
sujetas a cambios, Dios es inmutable. El no conoce cambio alguno porque no
tiene principio ni fin. Dios es por siempre.
En primer lugar,
Dios es inmutable en esencia. Su naturaleza y ser son infinitos y, por lo
tanto, no están sujetos a cambio alguno. Nunca hubo un tiempo en el que El no
existiera; nunca habrá día en el que deje de existir. Dios nunca ha evolucionado,
crecido o mejorado. Lo que es hoy ha sido siempre y siempre será. “Yo Jehová no
me cambio” (Mal. 3:6). Es su propia afirmación absoluta. No puede mejorar,
porque es perfecto; y, siendo perfecto, no puede cambiar en mal. Siendo
totalmente imposible que algo externo le afecte, Dios no puede cambiar ni en
bien ni en mal: es el mismo perpetuamente. Sólo él puede decir “Yo soy el que
soy” (Éx. 3:14).
El correr del
tiempo no le afecta en absoluto. En el rostro eterno no hay vejez. Por lo
tanto, su poder nunca puede disminuir, ni su gloria palidecer. En segundo
lugar, Dios es inmutable en sus atributos. Cualesquiera que fuesen los
atributos de Dios antes que el universo fuera creado, son ahora exactamente los
mismos, y así permanecerán para siempre. Es necesario que sea así, ya que tales
atributos son las perfecciones y cualidades esenciales de su ser. Semper Idem
(siempre el mismo) está escrito sobre cada uno de ellos.
Su poder es
indestructible, su sabiduría infinita y su santidad inmancillable. Como la deidad
no puede dejar de ser, así tampoco pueden los atributos de Dios cambiar. Su
veracidad es inmutable, porque su palabra “permanece para siempre en los
cielos” (Sal. 119:89). Su amor es eterno: “con amor eterno te he amado” (Jer.
31:3), y “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el fin” (Juan. 13:1).
Su misericordia
es incesante, porque es “para siempre” (Sal. 100:5). En tercer lugar, Dios es
inmutable en su consejo. Su voluntad jamás cambia. Algunos ya han puesto la
objeción de que en la Biblia dice que “arrepintióse Jehová de haber hecho al
hombre” (Gen. 6:6). A esto respondemos: Entonces, ¿se contradicen las
escrituras a sí mismas? No, eso no puede ser. El pasaje de Núm. 23:19 es
suficientemente claro: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre
para que se arrepienta”. Asimismo, en 1Sam. 15:29, leemos: “El vencedor de
Israel no mentirá, ni se arrepentirá; porque no es hombre para que se
arrepienta”.
La explicación es
muy sencilla, cuando habla de sí mismo, Dios adapta a menudo, su lenguaje a
nuestra capacidad limitada. Se describe a sí mismo como vestido de miembros
corporales, tales como ojos, orejas, manos, etc. Habla de sí mismo
“despertando” (Sal. 78:65), “madrugando” (Jer. 7:13); sin embargo, ni dormita,
ni duerme. Así, cuando adopta un cambio en su trato con los hombres, Dios
describe su acción como “arrepentimiento”. Si Dios es inmutable en su consejo.
“porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables.” (Rom. 11:29).
Ha de ser así,
porque si él se determina en una cosa, ¿Quién lo apartará? Su alma deseó e hizo
(Job 23:13). El propósito de Dios jamás cambia. Hay dos causas que hacen al
hombre cambiar de opinión e invertir sus planes: la falta de previsión para
anticiparse a los acontecimientos, y la falta de poder para llevarlos a cabo.
Pero, habiendo
admitido que Dios es omnisciente y omnipotente, nunca necesita corregir sus
decretos. No, “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos
de su corazón por todas las generaciones” (Sal. 33:11). Es por ello que leemos
acerca de “la inmutabilidad de su consejo” (Heb. 6:17). En esto percibimos la
distancia infinita que existe entre la más grande de las criaturas y el
Creador. Creación y mutabilidad son, en un sentido, términos sinónimos. Si la
criatura no fuera variable por naturaleza, no sería criatura, sería Dios.
Por naturaleza,
ni vamos ni venimos de ninguna parte. Nada, aparte de la voluntad y el poder
sustentador de Dios, impide nuestra aniquilación. Nadie puede sostenerse a sí
mismo ni un sólo instante. Dependemos por completo del Creador en cada momento
que respiramos. Reconocemos con el salmista que “él es el que puso nuestra alma
en vida” (Sal. 66:9). Al comprender esta verdad, debería humillarnos el sentido
de nuestra propia insignificancia en la presencia de Aquel en quien “vivimos, y
nos movemos, y somos”. (Hech. 17:28).
Como criaturas
caídas, no solamente somos variables, sino que todo en nosotros es contrario a
Dios. Como tales, somos “estrellas erráticas” (Judas 13), fuera de órbita “Los
impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta” (Isa. 57:20).
El hombre caído es inconstante. Las palabras de Jacob, refiriéndose a Rubén son
aplicables igualmente a todos los descendientes de Adán: “Corriente como las
aguas” (Gén. 49:4).
Así pues, atender
a aquel precepto: “dejad de confiar en el hombre” (Isa. 2:22), no sólo es una
muestra de piedad, sino también de sabiduría. No hay ser humano del que se
pueda depender. “No confíes en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no
hay en él liberación” (Sal. 146:3). Si desobedezco a Dios, merezco ser engañado
y defraudado por mis semejantes. La gente puede amarte hoy y odiarte mañana. La
multitud que gritó: “¡Hosanna el hijo de David!”, no tardó mucho en decir:
“¡Sea crucificado!”
Aquí tenemos
consolación firme. No se puede confiar en la criatura humana, pero sí en Dios.
No importa cuán inestable sea yo, cuán inconstantes demuestren ser mis a
amigos; Dios no cambia. Si cambiara como nosotros, si quisiera una cosa hoy y
otra distinta mañana, si actuara por capricho, ¿Quién podría confiar en él?
Pero, alabado sea su Santo Nombre.
Él es siempre el
mismo. Su propósito es fijo, su voluntad estable, su Palabra segura. He aquí
una roca donde podemos fijar nuestros pies mientras el torrente poderoso
arrastra todo lo que nos rodea. La permanencia del carácter de Dios garantiza
el cumplimiento de sus promesas: “Porque los montes se moverán, y los collados
temblarán; más no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz
vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti” (Isa. 54:10).
En esto hallamos
estímulo para la oración. “¿Qué consuelo significaría orar a un dios que, como
el camaleón, cambiara de color continuamente? ¿Quién presentaría sus peticiones
a un príncipe tan variable que concediera una demanda hoy y la negara mañana?”.
Si alguien pregunta porque orar a Aquel cuya voluntad está ya determinada, le
contestamos: Porque El así lo quiere. ¿Ha prometido Dios darnos alguna
bendición sin que se la pidamos? “Si demandáramos alguna cosa conforme a su
voluntad, él nos oye” (1Juan 5:14), y quiere para sus hijos todo lo que es para
bien de ellos.
El pedir algo
contrario a su voluntad no es oración, sino rebelión consumada. He aquí,
también, terror para los impíos. Aquellos que desafían a Dios, quebrantan Sus
leyes y no se ocupan de Su gloria, sino que, por el contrario, viven sus vidas
como si El no existiera, no pueden esperar que, al final, cuando clamen por
misericordia, Dios altere su voluntad, anule su Palabra, y suprima sus terribles
amenazas. Por el contrario, ha declarado: “Pues yo también actuaré en mi ira:
mi ojo no tendrá lástima, ni tendré compasión. Gritarán a mis oídos a gran voz,
pero no los escucharé” (Eze. 8:18). Dios no se negaría a sí mismo para
satisfacer las concupiscencias de ellos.
Él es santo y no
puede dejar de serlo. Por lo tanto, odia el pecado con odio eterno. De ahí el
eterno castigo de aquellos que mueren en sus pecados.
“La inmutabilidad
divina, como la nube que se interpuso entre los israelitas y los egipcios,
tiene un lado oscuro y otro claro. Asegura la ejecución de sus amenazas, y el
cumplimiento de sus promesas; y destruye la esperanza que los culpables
acarician apasionadamente. Es decir, la de que Dios será blando para con sus
frágiles y descarriadas criaturas, y que serán tratados mucho más ligeramente
de lo que parecen indicar las afirmaciones de su Palabra. A esas especulaciones
falsas y presuntuosas oponemos la verdad solemne de que Dios es inmutable en
veracidad y propósito, en fidelidad y justicia”.
Publicado 28th
November 2014 por Unknown
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