EL AMOR DE DIOS
TEMA
En las Sagradas
Escrituras se nos dicen tres cosas acerca de la naturaleza de Dios.
Primero, que “Dios
es Espíritu” (Juan 4:24). En el griego no hay artículo indeterminado, por lo
que decir “Dios es un espíritu» sería en extremo censurable, puesto que lo
igualaría a otros seres. Dios es “Espíritu” en el sentido más elevado. Por ser
“Espíritu” no tiene sustancia visible, es incorpóreo. Si Dios tuviera un cuerpo
tangible, no sería omnipresente, y estaría limitado a un lugar; al ser
“Espíritu” llena los cielos y la tierra.
Segundo, que “Dios
es luz” (1Juan 1:5) lo cual es lo opuesto a las tinieblas. Las tinieblas, en
las Escrituras, representan el pecado, el mal, la muerte; la luz representa la
santidad, la bondad, la vida. Que “Dios es luz” significa que es la suma de
todas las excelencias.
Tercero, que “Dios
es amor” (1Juan 4:5). No es simplemente que Dios “ama”, sino que es el Amor
mismo. El amor no es simplemente uno de sus atributos, es su misma naturaleza.
Muchos hoy en día hablan del amor de Dios, pero son ajenos por completo al Dios
de amor.
El amor divino es
considerado comúnmente como una especie de debilidad afectuosa, una cierta
indulgencia cariñosa; es reducido a un simple sentimiento enfermizo, copiado de
las emociones humanas. Sin embargo, la verdad es que, en esto, como en todo lo
demás, nuestras ideas han de ser reguladas de acuerdo con lo que las Sagradas
Escrituras nos revelan. Esta es una urgente necesidad que se hace evidente, no
sólo por la ignorancia general que prevalece, sino también por el estado tan
bajo de espiritualidad que, triste es decirlo, es característica general de
muchos de los que profesan ser cristianos.
¡Qué poco amor
genuino hay hacia Dios! Una de las razones principales es que nuestros
corazones se ocupan muy poco de su maravilloso amor hacia los suyos.
Cuanto mejor
conozcamos su amor -su carácter, plenitud, bienaventuranza más fuerte será el
impulso de nuestros corazones en amor hacia él.
1. EL AMOR DE DIOS ES
INHERENTE.
Queremos decir
que no hay nada en los objetos de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la
criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por
otra es producido por algo que hay en ésta; pero el amor de Dios es gratuito,
espontáneo, inmotivado. La única razón de que Dios ame a alguien reside en su
voluntad soberana. “No por ser vosotros más que todos los pueblos, os ha
querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos de todos
los pueblos; sino porque Jehová os amó” (Deut. 7:7,8). Dios ha amado a los
suyos desde la eternidad, y, por lo tanto, nada que sea de la criatura puede
ser la causa de lo que se halla en Dios desde la eternidad. El ama por sí mismo
“según el intento suyo” (2Tim. 1:9).
“Nosotros le
amamos a él, porque él nos amó primero” (1Juan 4:19). Dios no nos amó porque
nosotros le amábamos, sino que nos amó antes de que tuviésemos una sola
partícula de amor hacia él. Si Dios nos hubiera amado correspondiendo a nuestro
amor, no hubiera sido espontáneo; pero, porque nos amó cuando no había amor en
nosotros, es evidente que nada influyó en su amor. Si Dios ha de ser adorado, y
el corazón de sus hijos probado, es importante que tengamos ideas claras acerca
de esta verdad preciosa.
El amor de Dios
hacia cada uno de “los suyos» no fue movido en absoluto por nada que hubiera en
ellos. ¿Qué había en mí que atrajera al corazón de Dios? Nada absolutamente. Al
contrario, todo lo que le repele, todo lo que le haría aborrecerme -pecado,
depravación, corrupción estaba en mi corazón; en mí no había ninguna cosa
buena.
2. ES ETERNO
Necesariamente ha
de ser así. Dios mismo es eterno, y Dios es amor; por tanto, como él no tuvo
principio, tampoco su amor lo tiene. Es cierto que este concepto trasciende el
alcance de nuestra mente finita; sin embargo, cuando no podemos comprender,
podemos adorar. ¡Qué claro es el testimonio de Jeremías 31:3 “Con amor eterno
te he amado; por tanto, ¡te soporté con misericordia!” ¡Qué bendito
conocimiento el saber que el Dios grande y santo amó a sus hijos antes de que
el cielo y la tierra fuesen creados, y que había puesto su corazón en ellos
desde la eternidad!
Esto es prueba
clara de que su amor es espontáneo, porque él les amó innumerables siglos antes
de que tuviesen el ser. La misma maravillosa verdad queda expuesta en Efesios
1:4,5: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado”.
¡Qué de alabanzas debería producir el corazón al pensar que si el amor de Dios
no tuvo principio tampoco puede tener fin! Si es verdad que “desde el siglo
hasta el siglo” Él es Dios y es “amor” entonces es igualmente verdad que ama a
su pueblo “desde el siglo y hasta el siglo”.
3. ES SOBERANO
Esto, también, es
evidente en sí mismo. Dios es soberano, no está obligado para con nadie; Dios
es su propia ley, actúa siempre de acuerdo con su propia voluntad real. Así,
pues, si Dios es soberano, y es amor, se desprende necesariamente que su amor
es soberano. Porque Dios es Dios, actúa como le agrada; porque es amor, ama a
quien quiere. Tal es su propia explícita afirmación: “A Jacob amé, mas a Esaú
aborrecí” (Rom. 9:13). No había más objeto de amor en Jacob que en Esaú. Ambos
habían tenido los mismos padres, habían nacido al mismo tiempo, puesto que eran
gemelos; con todo, ¡Dios amó al uno y aborreció al otro! ¿Por qué? Porque le
agradó hacerlo así
La soberanía del
amor de Dios se desprende necesariamente del hecho de que no es influido por
nada que haya en la criatura. De ahí que el afirmar que la causa de su amor
reside en El mismo es sólo otra manera de decir que ama a quien quiere.
Supongamos, por un momento, lo contrario. Supongamos que el amor de Dios fuera
regulado por algo externo a su voluntad. En tal caso su amor se regiría por
unas reglas, y, siendo así, El estaría bajo una regla de amor, de manera que,
lejos de ser libre, sería gobernado por una ley. “En amor; habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según” -¿qué?
¿Algún mérito que vio en nosotros? No; sino, “según el puro afecto de su
voluntad” (Efe. 1:4,5).
4. ES INFINITO
Todo lo referente
a Dios es infinito. Su sustancia llena los cielos y la tierra. Su sabiduría es
ilimitada, porque él conoce todo el pasado, el presente y el futuro. Su poder
es inmenso, porque no hay nada difícil para él. Asimismo, su amor no tiene
límite. Tiene una profundidad que nadie puede sondear; una altura que nadie
puede escalar; una longitud y una anchura que están más allá de toda medida
humana.
Esto se nos
indica en Efe. 2:4: “Sin embargo, Dios, que es rico en misericordia, por su
mucho amor con que nos amó”; la palabra “mucho” aquí es sinónima de “de tal
manera amó Dios” en Juan 3:16. Nos habla de un amor tan sobresaliente que no
puede ser calculado. “Ninguna lengua puede expresar fielmente la infinitud del
amor de Dios, ni ninguna mente comprenderla: “excede a todo conocimiento” (Efe.
3:19). Las más vastas ideas que la mente finita puede formarse del amor divino
están muy por debajo de su verdadera naturaleza.
5. ES INMUTABLE
Del mismo modo
que en Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17), tampoco su
amor conoce cambio o disminución. El indigno Jacob ofrece un ejemplo poderoso
de esta verdad: “A Jacob amé”, declaró Jehová, y, a pesar de toda su
incredulidad y desobediencia, El nunca dejó de amarle. En Juan 13:1 se nos da
otra hermosa ilustración.
Aquella misma
noche, uno de los apóstoles diría: “Muéstranos al Padre”; otro le negaría con
juramentos, todos iban a ser escandalizados y le abandonarían. Así y todo,
“como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”.
El amor divino no está sujeto a vicisitudes de ninguna clase. El amor divino
“fuerte es como la muerte... las muchas aguas no podrán apagarlo” (Cant.
5:6,7). Nada puede apartarnos del mismo (Rom. 8:35-39).
6. ES SANTO
El amor de Dios
no lo regula el capricho, ni la pasión, ni el sentimiento, sino un principio.
Del mismo modo que su gracia no reina a expensas de la misma, sino “por la
justicia” (Rom. 5:21), así su amor nunca choca con su santidad. “Dios es luz”
(1Juan 1:3) se encuentra antes que “Dios es amor” (1Juan 4:5). El amor de Dios
no es una simple debilidad afectuosa, ni una especie de muelle ternura. La
Escritura declara que “el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que
recibe por hijo” (Heb. 12:6). Dios no cerrará los ojos al pecado, ni siquiera
al de sus hijos. Su amor es puro, sin mezcla de sentimentalismo sensiblero.
7. ES BENIGNO
El amor y el
favor de Dios son inseparables. Esto se pone de relieve en Romanos 8:32-39. Por
la idea y alcance del contexto se percibe claramente que es este amor, el cual
no puede haber separación: es la buena voluntad y la gracia de Dios que le
determinaron a dar a su Hijo por los pecadores. Ese amor fue el poder impulsor
de la encarnación de Cristo: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito” (Juan 3:16),
Cristo no murió
para hacer que Dios nos amara, sino porque amaba a su pueblo. El Calvario es la
demostración suprema del amor divino. Siempre, que seamos tentados a dudar del
amor de Dios, recordemos el Calvario. He aquí, abundante motivo para confiar en
Dios, y para soportar con paciencia la aflicción que envía, Cristo era el amado
del Padre, y aun así no estuvo exento de pobreza, afrenta y persecución. Sufrió
hambre y sed.
De ahí que, al
permitir que los hombres le escupieran y le hirieran, el amor de Dios hacia
Cristo no sufrió menoscabo. Así pues, que ningún cristiano dude del amor de
Dios al ser sometido a pruebas y aflicciones dolorosas. Dios no enriqueció a
Cristo con prosperidad temporal en este mundo, ya que “no tenía donde recostar
su cabeza”. Pero sí le dio el Espíritu sin medida. Siendo así, aprendamos que
las bendiciones espirituales son los dones principales del amor divino. ¡Qué
bendición es el saber que, aunque el mundo nos odie, Dios nos ama!
Publicado 28th
November 2014 por Unknown
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